Dicen que escribir es una forma de desahogarse.
Escribir no es una forma de desahogarse.
Es un modo de vomitar sangre, de desenterrar frustaciones, de conciliar el sueño en mitad de mis pesadillas, de soplar sobre el polvo que recubre cada rincón de mis órganos. De amaestrar mi odio para que no se escape de esta jaula corporal. De tragar cápsulas de insomnio maldiciendo la automedicación. De rezar pidiendo fe. De estrangular las ideas hasta que vomiten la frase correcta. De dejarme caer en un campo gravitatorio ficticio. De echar el pestillo a unos vecinos hostiles. De amar a una sustancia incorpórea. De darme cuenta de que lo que creíamos que eran conclusiones, son premisas. Es el modo de masticar la rabia para tragar tristeza. Es el modo de apagarse en la noche.
Escribir es una forma de ahogarse.
Imagina que más allá del horizonte no hay más mundos. Que más allá de tu propio pellejo roto, de tu memoria ciega, de tu imagen incompleta y distorsionada, nada más importa porque nada más existe. Yo no sé definir conceptos o delimitar sombras. Así que solamente tú sabrás si estas palabras son silencios vacíos, locura transitoria, retórica insustancial perdida en el espacio/tiempo o una sinergia de incongruencias irrelevantes propias de una niñata de mi índole.