Seguidores

domingo, 3 de noviembre de 2013

Nosotros


Nosotros, los olvidados, hablaremos de autosuficiencia, de libertad, de independencia; de todas esas cosas tan de moda en nuestro tiempo. Diremos que no necesitamos a nadie porque somos hombres y mujeres modernos. 

Despreciaremos los vínculos emocionales, diremos que la soledad no importa y que nuestro aislamiento es tan voluntario como revocable. Que no hay ningún sufrimiento que no pueda solucionarse con Ibuprofeno, cuatro polvos con el follamigo de turno y muchos anocheceres rozando el coma etílico. Porque nosotros únicamente necesitamos sueños baratos y placeres inmediatos, ¿eh?; lo demás es retórica accesoria, lo demás es sólo literatura: almibarados cuentos de princesas para llevarse a la cama a alguna rubia tonta.


Así que nosotros nos repetiremos incesantemente cualquier falacia solipsista que se nos ocurra, o cualquier sucia mentira que no logrará consolarnos, con el propósito de dar fuerza y legitimidad a nuestra cosmovisión estéril. Todo en un intento desesperado -y disparatado- de engañarnos a nosotros mismos y al mundo. Qué racionales somos por renunciar, por cuatro razones estúpidas y por un par de límites autoimpuestos, a lo que puede hacernos felices, ¿verdad? Nosotros, que nunca quisimos volar demasiado alto ni llegar demasiado lejos, jamás abandonaremos nuestro materialismo estructural ni nos despegaremos de nuestra anquilosada cordura.


Pero en el fondo, lo sabemos: no somos más que una panda de gilipollas con delirios de grandeza. Y nuestra pose impenetrable, cuando se apagan las luces y baja el telón, queda reducida a cenizas y revela lo que somos: críos desorientados con miedo a perderse, o cobardes con miedo a encontrarse.


Tanto tiempo viviendo exclusivamente en primera persona del singular, tanto tiempo rebuscando algo de paz en las grietas de los espejos, que empiezo a pensar que el mundo no existe y que no somos más que el pensamiento de un loco. Empiezo a creer que, al final, lo único que importa es poder chocarse con alguien tan gilipollas como uno mismo para, finalmente, no estar solo. 

Y así, tener a otro idiota al que aferrarse. Alguien con quien escalar las noches o alguien con quien caer al abismo, lo mismo da; pero alguien, al fin y al cabo alguien, con quien construir cualquier estúpido rumbo en este páramo sin sentido ni direcciones, alguien con quien hacer frente a esta tragicomedia interminable, a este naufragio cotidiano, que nos deja sin oxígeno en mitad del océano, que nos golpea y nos debilita hasta enterrarnos entre nuestros propios escombros.

Porque, en fin, sí: nosotros, los olvidados, hablaremos de autosuficiencia, de libertad, de independencia; de todas esas cosas tan de moda en nuestro tiempo. Diremos que no necesitamos a nadie porque somos hombres y mujeres modernos. 


Pero queridos, no podremos negar que no hay mayor drama, en ningún espacio o tiempo, que sea mayor que el drama de, día tras día y noche tras noche, dormir y despertar solo.